ESTE BLOG ES DE CIENCIA FICCIÓN

lunes, 22 de febrero de 2010

Loko II


-¿Qué?

-Nada.





Loko

Lo tenía en las manos y ya no podría soltarlo. Llevaba más de cinco minutos lavando el mismo cuchillo y no paraba de darle vueltas, sacarle brillo. Su cabeza estaba ida y, sin que nadie se lo pudiera imaginar, todo estaba empezando a ocurrir. El agua salía ardiendo por el grifo y el fregadero no era otra cosa que un muestrario desgraciadamente surtido de navajas, raspadores, cuchillas, bisturís… Le había costado decidirse, había sido tan difícil como elegir la música que sonaría cuando todo se desencadenara. Pero ya estaba hecho, tenía un cuchillo considerablemente grande y muy afilado, y lo acariciaba con cariño especial entre las manos. Las yemas de los dedos mimaban el filo de aquella arma. La mirada, seguía en un infinito infierno de placer y morbo.

Se acabó el correr libre del agua. Secas sus manos. Apagada la luz. El pasillo, oscuro. La tenue luz de la alcoba marcaba la fragilidad del espacio ante una atmósfera tan cargada, tan flagelada. Asomó su rostro, lentamente, confundiéndose con el marco de la puerta, y me vio, cansado, sobre la cama. Tenía la sonrisa pícara de la juventud que se atreve a mentir a diestro y siniestro, pero que, de forma sincera, muestra la maldad más natural y antropomorfa. La maldad o el deseo, según se mire.

Se quedó cerca del quicio de la puerta, junto al equipo de música. Y empezó a sonar una de nuestras canciones, la más coqueta. Rodeó la cama sin hablar, sólo vigilándome. Ya muy cerca de mí me besó. Unos labios frescos, con restos de agua, frescos. Lo volví a sentir. El juego. Pude sentir las ganas que tenía de clavarme aquello en el estómago y retorcerlo, rajándome hasta llegar al pecho. Y entonces apuñalarme, una, dos, diez veces. Las reglas eran sencillas. Reaccioné y me agité hasta el otro lado de la cama, giré la llave del segundo cajón de la mesita y lo abrí. Saqué un cuchillo y lo deje en el centro de la cama.

Su sonrisa se turbó y su aspecto volvió serio. Metió la mano en su chaqueta y del interior sacó el cuchillo que con tanto mimo había preparado poco antes. Lo dejó sobre la cama, junto al mío. Habíamos preparado el juego desde hacía meses pero ni por un momento esperaba la partida aquella noche. Se tumbó a mi lado, me besó, como se besa a esa persona que quieres y que por un momento has pensado que ibas a perder. Juntos pasamos aquella noche imaginando cuál sería el próximo juego y cómo seríamos de valientes ante un nuevo reto.

martes, 9 de febrero de 2010

Baby, you're gonna miss that plain

Demagogia. Y demagógico es que, poniendo carita de niño bueno, te pida que vuelvas a la cama. Me atacas furtivamente cuando más te deseo, y ese juego sucio, esa táctica de despiste, te sirve para hacer todo lo que está prohibido. Te has metido en mi cabeza a través de ciertos dejes que hacen que haya personas por la calle que llevan tu perfume y me obligan a parar, girarme y observar. Me quedo curioseando, porque ahí no estás, todavía no. A veces me siento atado por trampas, como zancadillas que ni sé lo que buscan, pero que me agarraría fuerte a ti para obligarte a caer conmigo. Como de la cama. Tienes ese morbo que me hace desear tenerte miedo y que seas causa y efecto del terror de un sobresalto. Que si siento pánico estés cerca. No sé cómo se juguetea a trocear el mundo, pero contigo a mi lado me siento capaz de apostar con Dios a los tazos. Estoy ansioso de soñar contigo y, al despertar, poder seguirlo. He narrado en mi cabeza fracciones de segundo de momentos que ya han pasado, me refiero a ellos varias veces al día. Estoy celoso de tu ropa, porque te toca y te aprieta. Salte conmigo fuera de la cámara. Quería que esta vez este texto fuera más gore, más sucio, problemático, censurable o pragmático, pero no, ni siquiera me estoy tocando, aunque podría, y lo produciría El Deseo, porque sería muy almodovariano. La escena final en un portal. Penélope, la chica de la limpieza llega a su hora. Le toca barrer la escalera, y entonces nos pillaría exhaustos… porque yo ya me he corrido, ¿tú?

martes, 2 de febrero de 2010

Qué hace un chico como tú contando historias de amor como ésta

Pasa a veces que en este blog, que de tanto drama quiso presumir, hay ocasiones en las que se pone un poco tontito y, por no querer hablar directamente de amor, se arrima, por su carácter defensivo, a eso que llaman pornografía. Vamos a ello, no sin antes prometer a los lectores que tenían un gusto por los antiguos temas que se trataban aquí, que pronto volveré a hablar de vejaciones y discriminaciones como si fuera este rincón donde pudiéramos estar por encima de toda moral y, al mismo tiempo, sentirnos tan a gusto.

febrero es el mes con menos días del año, y no es casualidad. Ni siquiera relevante, como inapreciable y desinteresado es el recuerdo de aquella piedra que compré en una excursión del colegio a un museo geológico cuando mi edad me negaba conocer mundos como la masturbación o el amor, conceptos casi inseparables para quienes sabemos disfrutar la vida. Tengo en la mente un mostrador en una especie de sala de espera, al final de aquella visita. Era una sala de varias alturas en tonos blancos y había que, si pretendíamos comprar algo, hacerlo rápido. Me llamó la atención la verde, malaquita. Y a medida que escribo esto me doy cuenta de que acabo de llegar a lo absurdo, porque había quebrado mi memoria imaginando que pagué por una amatista, la piedra de febrero. Pero no, febrero no es para malaquita lo que A para B, y mucho menos lo que ‘tú’ para ‘yo’, y ni siquiera lo que ‘contigo’ para ‘nosotros’.

Pasa a veces, y que nadie crea que no sé que me repito, a mí me pasa, que cuando siento disfrutar de algo tanto, analizo y observo, asimilo y describo, busco y aniquilo todos los detalles que conforman esa situación. Me quedo con la temperatura de mi cuerpo. Te toco la rodilla con mi mano, a ti que estás sentado frente a mí, para intentar averiguar si ardes. Presto atención a la cantidad de luz que logra entrar por la ventana e imagino los objetos que quedan en penumbra y me enamoro de lo que se consigue averiguar de tu rostro. Flipo, repito, flipo, con los reflejos que se consiguen entrever en el cristal de las copas llenas de vino, blanco. Y busco en tus ojos la imagen instintiva de mi cara mirándote, porque seguro que me quedo con carita de bobo.

Entonces es cuando se rompen los esquemas y hay que parar de tallar esa imagen en mi cabeza. En aquel momento, inclinados el cuerpo del uno hacia el otro, se notan frescos tus labios. Pierdo la mano, como el Manco, entre tu pelo. Y posiblemente ya la tenga dura. Es un viaje agitado, lleno de improvisación, en el que no paramos aunque para nosotros el mundo ya esté detenido esperando, para poder continuar, que tus dientes dejen de morderme. Y a bocados hemos de habernos triturado el uno al otro, que quedamos extasiados en la cama, envueltos nuestros brazos y desahogados respiramos. Acompáñame a ese mundo en el que no quiero dejar de verte.