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viernes, 1 de mayo de 2009

La misma lucha de siempre.

No sé, ¿sabes, chica?. Que yo siempre fui bandido de esos que paran en gasolineras a llenar el asiento del copiloto de chocolatinas, papas y refrescos con mucho gas. Pero me dejé llevar y subí al primero que encontré en esa carretera haciendo dedo. No me paré a pensar si su destino estaba en la dirección en la que yo iba, sólo lo subí y escuché sus muchas aventuras. Me salvó la vida. Yo no tenía intención de llegar a ningún sitio, de ninguna manera. Yo que no cojo nunca el coche, sólo quería salirme de la carretera, a lo largo de un barranco, y soñar con la última bacanal. Pero tenía a aquel hombre a mi lado y le empecé a querer, a apreciar su vida. Él tenía recuerdos, como yo. Pero también tenía sueños, de esos que a mí se me fueron acabando con el tiempo. Quería morirme por no encontrar lo que buscaba y aquel hombre se moría de ganas de buscar todo aquello que no encontraba. Me dije a mí mismo que no podía enamorarme de aquel hombre, pero ya lo estaba haciendo. Aquel hombre quería vivir, incluso me admitió que la vida que quería vivir era la suya, la que estaba viviendo. Miles de veces habría yo soñado con ser otra persona, más humana, más querida, menos derrotada. Osar admitir que vives como quieres, qué lejos habría de quedarme eso a mí con el paso de los últimos años.

Y le mentí, le dije que yo era un chico alegre, de esos que conocen a mucha gente y de los que todo el mundo sabe alguna historia sobre ellos, tanto buena como mala. Y ahí me pilló, y me insultó, me dijo que yo no era buena persona. Quería mirarlo y comprobar si sus ojos estaban llenos de odio o de sinceridad, pero ya no podía quitar la mirada de la carretera, por su seguridad. Me lo volvió a decir, que yo no era buena persona, que yo era humano. Que me podría haber equivocado en muchas cosas, pero me amenazó y me obligó a que pensara lo más malo y lo más bueno que había hecho nunca. Sabía cuál era uno de los mayores errores de mi vida, pero no conseguía sacar en claro nada que fuera muy bueno. Me habló de que las buenas acciones están en las pequeñas cosas, en los detalles, en las minucias y en los mimos. Que pocas veces recordamos lo que hemos hecho por los demás, porque ahí hay en el fondo una gran honradez y un afán desinteresado. Pero que los demás lo recuerdan. Y fluyeron por mi cabeza todo lo que muchas personas habían hecho por mí alguna vez.

A esas alturas del viaje yo ya estaba llorando. No pude coger bien la curva. Me salí de la carretera.

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