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viernes, 12 de marzo de 2010

Cuando empiezan esos 'abrázame cinco minutos y ya me voy'.

'Ésta va para el pequeño Daroqui'. No hubo ninguna sorpresa tras la lectura del testamento. La tutora de Daroqui cogió aquello y se despidió de la familia del difunto. Salió de los juzgados y cruzó la calle hasta entrar en el parque. Agarró a Daroqui de la mano, pidió un taxi y se fueron a casa. Al llegar lo llevó a la nueva habitación de los juguetes y, a los pies de la cama, le dejó aquella pequeña herencia, sin haber habido en ningún momento un ápice de curiosidad.

A Daroqui le gustaban las adivinanzas, los puzles, acertijos, los secretos y los misterios. Se acercó a la cama y se puso a oler aquel regalo póstumo. Era una pequeña cajita de madera de pino y no tenía ningún tipo de grabado. Tampoco tenía cerradura, lo que inquietó a Daroqui molestándole que no le hubieran puesto ningún tipo de dificultad para acceder al interior. Las cosas que resultan fáciles, sencillas, las relaciones y los capítulos en los que no hay tramoyas mal configuradas... resultan absurdas, irreales y casi siempre son plato de gusto para todas las hienas que no creen en la suerte.

Daroqui abrió la caja. Y la cerró al instante.

Daroqui había perdido a sus padres y no le gustaba que nada se lo recordase. Ni siquiera ellos. Se trataba de una caja de voces. En su interior había grabaciones de frases simples, naturales y espontáneas. No había cosas como 'hoy que cumples dieciocho estás preparado para perder la virginidad' o 'lo que tienes que hacer si te pegan en el colegio es intentar besarle en la boca, te llamará maricón, pero saldrá corriendo'. No había nada de eso. Las voces de la caja de voces reproducían risas, onomatopeyas, giros de lo más amanerados, y parecían contextualizarse en situaciones cotidianas, de los más monótono, de lo más eterno.



la caja de voces también tenía vídeos

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