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lunes, 1 de marzo de 2010

El arder y los chicos que piden Martini seco.

Me gusta el olor a cerilla quemada. Las cojo de la caja que te dejaste en mi casa. La caja, a la que todavía le queda la mitad de las cerillas, está en el cajón izquierdo de esta mesa. Junto a mi caja de rotuladores gordos, la cuarta temporada de 'The O.C.' y el papel de liar. Nunca dudé que ese era su lugar. Contigo no dudo. Dudo cuál es el mando de la tele de tu casa. Me quedo en la puerta porque no sé por qué ventana puedo colarme, y porque siempre bajas las persianas. Te interesará saber que ya he soñado contigo, y he leído un artículo que se titula 'Cuando la obsesión se convierte en enfermedad'. He pensado probarme camisas de fuerza o hacérmela a medida. Me la romperías seguro, tú y yo lo sabemos.

Tú además ya sabes mi historia con los huevos fritos. Espero enseñarte algún día cuál es mi foto preferida de cuando era pequeño. Y si te metes por callejones sin salida te sigo corriendo. Si te tiras por un puente voy detrás, seguro que contigo se puede volar.

Ahora, a solas, imito tu risa. Te oigo reír. Parezco tonto, y es que me quedo embobado, atolondrado, sin nada en la mente. Y soy capaz de reproducir el perfil de tu cara en mi cabeza. Sé colorear entonces el dibujo con el sabor de tu boca, la textura de los labios, el tacto de tu pelo, la profundidad de tus ojos. Me penetra. Y no duele no verte, ahoga. Es como que me eches colonia en los ojos, que, si es tuya, no rabio tanto. Enciendo la calefacción, que tú no sabes, y ardamos.

Tú me llevas.

Y alguien consiguió convertir al tirano en flan.


Horas más tarde de que se hiciera esta foto te conocería, pero todavía no lo sabía. Mira qué feliz estaba ya.

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